SAN ANTONIO DE PADUA
Fiesta: 13 de junio
Fraile franciscano, Doctor de la Iglesia
(1195-1231)

Su Vida

San Antonio nació en Lisboa, Portugal, en el año 1195. Una tradición barroca indica la fecha del 15 de agosto como probable. Era hijo de los nobles Martín de Bulhoes y María Taveira; su casa estaba a pocos metros de la catedral. En la pila bautismal de dicha catedral le fue puesto el nombre de Fernando.

Pero fueron sobre todo la mediocridad moral, la superficialidad y la corrupción de la sociedad, las cosas que lo empujaron a entrar en el monasterio de São Vicente, fuera de las murallas de Lisboa, para vivir el ideal evangélico sin compromisos.Los primeros años de formación  los pasó bajo la culta guía de los canónigos de la Catedral. Entre sus compañeros de estudios había ya algunos chicos orientados hacia la elección del sacerdocio. Seguramente nació aquí la aspiración del joven Fernando de escoger el servicio sacerdotal.

Fue acogido por una comunidad de canónigos regulares de San Agustín.

Entre los agustinos

En São Vicente se quedó durante unos dos años. Después, molesto por las continuas visitas de los amigos, con los que ya no tenía nada en común,pidió que lo trasladaran a otro lugar, siempre dentro de la Orden agustiniana. Antonio afrontaba de esta forma su primer gran viaje, unos 230 kilómetros, los que separan Lisboa de Coimbra, en aquel entonces capital de Portugal.

Ya por carácter se nos presenta como un hombre apartado, celoso de su secreto, cerrado en sus cosas de trabajo que le dejaban poco tiempo libre. Se convirtió, por libre elección, en un hombre sin ambiciones sociales; reacio a cualquier tipo de ostentación  y exhibición de sí mismo y de sus dotes, desconfiado de las polémicas, indiferente a las exterioridades  de cualquier tipo, a excepción de cuando lo tenía que hacer por deber del testimonio evangélico.Fernando tenía 17 años. Llegaba a un ambiente donde tenía que convivir con una comunidad numerosa de unos 70 miembros durante 8 años, de 1212 a 1220.

Fueron años importantísimos para la formación humana e intelectual  del Santo, que podía confiar en sus buenos maestros y en una rica y actualizada biblioteca.

Fernando se dedicó completamente al estudio de las ciencias humanas y teológicas, también para alejarse de las tensiones que atravesaba la comunidad religiosa. Los años transcurridos en Santa Cruz de Coimbra dejaron una huella profunda en la fisonomía psicológica y en el perfil existencial del futuro apóstol.

De Coimbra salió hecho un hombre maduro. Su cultura teológica, nutrida por la Biblia y la tradición patrística, había llegado a un punto definitivo.Fernando sacerdote

En Santa Cruz Fernando fue ordenado sacerdote; la ordenación le fue conferida en la canónica de Santa Cruz de Coimbra, probablemente en 1220. Para el joven Fernando se desatendió la norma eclesiástica que fijaba en un mínimo de 30 años la edad para tener acceso al sacerdocio.

La elección franciscana

Signo de sangre

Hacia finales del verano de 1220 Fernando pidió y obtuvo poder dejar los Canónigos regulares de San Agustín para poder abrazar el ideal franciscano. No es seguro que conociera personalmente a los primeros franciscanos que llegaron a tierras lusas. Pero es seguro que oyó hablar de ellos, y quedo en seguida fascinado.

Sobre todo cuando llegaron los restos mortales de sus mártires, recogidos por los cristianos en dos cofres de plata y llevados por el Infante Pedro y su séquito hasta Ceuta, y de allí transportados a Algeciras, después a Sevilla y finalmente trasladados a Coimbra, donde fueron colocados en la iglesia de los agustinos de Santa Cruz (en la que todavía hoy se encuentran custodiados y son venerados). Se explicaban también los milagros que hicieron, fue creciendo la devoción, y se escribieron las proezas de los mártires. Todo contribuyó a poner al movimiento franciscano en el centro de atención de todos los fieles portugueses.

La solicitud por parte de Fernando de entrar a formar parte de los seguidores de Francisco de Asís madura a causa de una fuerte vocación por la misión y especialmente, por el martirio de sangre. Antonio misionero.

En septiembre de 1220, Fernando dejó los blancos hábitos de los agustinos para vestirse con la tosca túnica de buriel atada con una cuerda en la cadera.

Para la ocasión, abandona también el viejo nombre de bautismo para asumir el de  Antonio, el ermitaño egipcio del Eremitorio de São Antonio dos Olivãis, donde vivían los franciscanos. Después de un breve periodo de estudio de la regla franciscana, Antonio se fue a Marruecos.El itinerario que siguió, por tierra y por mar, no lo sabemos. Muy probablemente, según las costumbres franciscanas, a Antonio lo acompañó un hermano franciscano, del que no sabemos el nombre.

Al llegar al territorio de Miramolino, en Marrakesh o en otra localidad, fue acogido en casa de algún cristiano, residente allí por motivos comerciales o alguna otra cosa. Para dirigirse a los musulmanes, el Santo tenía que conocer bastante bien el idioma árabe, cosa no muy difícil para un lisboeta de la época, proveniente de una zona bilingüe.

De no ser así, tenía que poder fiarse de su compañero: si no ambos, al menos uno tenía que ser experto en aquel idioma.

Antonio no pudo seguir con su proyecto de predicación porque contrajo una enfermedad tropical. Para conseguir recuperar, aunque fuera en parte la salud, decidió volver a su patria, pero sin abandonar su ideal de martirio. Fue por lo tanto obligado a irse de Marruecos, volviendo a hacerse a la mar.

Pero, a causa de una inesperada ráfaga de vientos contrarios, la nave fue transportada hasta la lejana Sicilia (Italia). Antonio, que la tradición nos dice que desembarcó en Milazzo (Mesina), era un desconocido fraile extranjero, joven y sin cargos de gobierno, que había sufrido físicamente. Su convalecencia en Sicilia duró casi dos meses.

Informado por sus hermanos sicilianos, Antonio dejó Sicilia, subió por la península italiana para participar en el capítulo general -llamado de las Esteras- que se celebraba en Asís del 30 de mayo al 8 de junio de 1221. Antonio desde Lisboa, desconocido por todos porque había entrado hacía sólo unos meses en la Orden, pasó los nueve días de la reunión apartado y solitario, inmerso en la observación y en la reflexión.

Era uno entre tantos, no tenía nada que lo hiciera distinto a los demás. Al momento de la despedida ninguno de los ‘ministros’ se lo llevó consigo.

Cuando se habían ido casi todos los conventuales, Antonio fue notado por el padre Graciano, ministro provincial de la región de Romaña. Cuando supo que el joven fraile era también sacerdote, le pidió que lo siguiera.

Ermitaño en Monte Paolo

En compañía de Graciano de Bagnacavallo y de otros hermanos franciscanos de Romaña, Antonio llegó a Monte Paolo, cerca de Forlí, enjunio de 1221.

Durante este periodo el Santo pudo madurar su vocación franciscana, profundizar la experiencia misionera interrumpida de forma brusca, dar vigor al compromiso ascético y perfeccionarse en la contemplación.Sus días transcurrían orando, meditando y ayudando a sus hermanos.

Las tesis más acreditadas nos dicen que San Antonio se quedó en Monte Paolo hasta la celebración de Pentecostés (22 de mayo) o como mucho hasta septiembre del mismo año.En un primer momento, dada la visión principalmente sagrada del ambiente en que se encontraba, los otros franciscanos trataron a Antonio con veneración.

Al ver que uno de sus compañeros había transformado una gruta en una celda solitaria, le pidió con insistencia que se la cediera a él. El buen hermano accedió al apasionado deseo del joven portugués.

Así todas las mañanas, una vez cumplidas las oraciones comunitarias, Antonio se dirigía con prisa a su gruta (todavía hoy conservada con devoción) para vivir solo con Dios, solo en penitencia e íntima oración, con prolongadas lecturas de la Biblia y reflexiones. Para las horas canónicas y para las comidas se reunía con sus hermanos.En su fuerte dedicación a la penitencia extenuó tanto su frágil salud con los ayunos, las vigilias, las flagelaciones, que más de una vez con el sonido de la campana que lo llamaba a las reuniones, se tambaleaba y estaba a punto de caer, por suerte sus hermanos lo sostenían.

Antonio se dio cuenta de que sus hermanos de ideal conjugaban oración y servicio recíproco. Él, ¿qué contribución podía aportar? Habló con el guardián. Decidieron que debía limpiar la humilde vajilla de la cocina y barrer la casa.

Predicador y maestro

La hora de la llamada

En septiembre de 1222 tenían lugar en Forlí las ordenaciones sacerdotales de religiosos dominicos y franciscanos. Antes de que el grupo de los que tenían que ser ordenados se dirigiese a la catedral de la ciudad para recibir las órdenes sagradas por parte del obispo Alberto, se solía dirigir un sermón a los candidatos. En aquella ocasión nadie había recibido la orden antes y por lo tanto ninguno de los sacerdotes dominicos o menores presentes se había preparado. Cuando llegó el momento de hablar delante del público, todos rehusaron improvisar. Sólo el superior de Monte Paolo conocía bien las dotes de Antonio...

El interpelado intentó esquivarlo. Pero ante la insistencia de su superior aceptó y tomó serenamente la palabra. A medida que el discurso se envolvía en sonante latín, las expresiones se hacían más calurosas y persuasivas, originales y emocionantes.

Él revelaba, aunque fuera contra su voluntad, la profunda cultura bíblica y la comprometente espiritualidad. Conmoción, regocijo, y sobre todo admiración de los que lo escuchaban. Después tuvieron lugar las sagradas ordenaciones y se desarrollaron según el programa los trabajos de la audiencia capitular. Pero a esas alturas todos prestaban atención al fraile portugués, olvidado ermitaño, que de forma impensable se había convertido en el centro de atención de su hermandad. Sólo subió a Monte Paolo para decir adiós a la gruta, para volver a abrazar a sus hermanos, encomendándose a su oración.

Antonio predicador

San Antonio inició de esta forma su misión de predicador en Romaña. Hablaba con la gente, compartía la existencia humilde y atormentada, alternando el trabajo de la catequesis con la obra pacificadora; enseñaba ciencia sagrada a sus hermanos franciscanos, hacía confesiones, se batía personalmente o en público con los que sostenían herejías.

Precisamente en Rimini tuvo lugar en 1223 el episodio que nos ha hecho llegar la tradición, según el cual San Antonio ganó la terquedad de un hereje que no quería creer en la presencia real de Cristo en la Eucaristía.Romaña, en la época del Santo y durante siglos después, era un paraje atormentado por una guerrilla civil endémica. Las facciones, mayores y menores, envenenaban las ciudades y los clanes familiares, disgregaban las estructuras comunales y sembraban por todas partes donde se sospechaba, conjuros, golpes de mano, venganzas. Como si no fuese suficiente esta maldición, también en el plano religioso se padecía la calamidad de las sectas, la primera de todas, en sus ramificaciones, la cátara. La vieja Iglesia reaccionaba escasamente y tarde, a causa de su mediocridad espiritual. Tenían por lo tanto un buen juego los herejes que difundían teorías falsas y dudas peligrosas.

Teólogo en Boloña

Después de la revelación de Forlí, después de que por invitación de sus superiores fuese enviado a predicar por las ciudades y los pueblos de Romaña, hacia finales de 1223 a Antonio se le pidió también que enseñara teología en Boloña. Durante dos años, a la edad de 28-30 años, enseñó como teólogo las verdades de la fe al clero y a los laicos, a través de un método simple y eficaz. Partía de la lectura del texto sagrado para llegar a una interpretación que interpelara y hablara a la fe y a la verdad de los que lo escuchaban.

San Antonio es por lo tanto el primer enseñante de teología de la recién nacida orden franciscana, el primer anillo de una cadena de teólogos, predicadores y escritores, que a través de los siglos dieron y dan honor a la Iglesia.

Antonio, mi obispo”

Francisco de Asís no quería que sus frailes se dedicaran al estudio de la Teología. Esta indicación fue referida también en la regla de vida. Pero para San Antonio, vistas su sólida fe y su integridad moral, hizo una excepción concediéndole enseñar a sus frailes.

Hoy en día está completamente probada la sustancial autenticidad de la breve carta que el ‘Pobrecillo’ le hizo llegar. He aquí el texto.

“A Fray Antonio, mi Obispo, Fray Francisco le desea salud. Me gusta que enseñes teología a nuestros frailes, con la única condición que el estudio no apague el espíritu de santa oración y devoción, según está escrito en la Regla. Cuídate”.

El gran franciscanista Raoul Manselli, ve en esta carta que autorizaba a Antonio a enseñar sagrada teología a los frailes, un “texto de importancia” que “tiene un valor y un significado esencial para toda la historia de la Orden, y hay que entenderlo y explicarlo, por lo tanto, con toda su importancia”.

Antonio en su apostolado itinerante, tanto en Italia como en Francia, unió a la intensa predicación la formación catequista de las nuevas quintas del movimiento de los menores: “tenía por lo tanto que haber recibido ya la autorización que la breve carta de Francisco concedió en términos tan sintéticos, rigurosos y muy formales”.

Una de las preocupaciones que llevaban a San Francisco a mirar con escepticismo el estudio, estaba representada por la divergencia que él notaba, entre lo que la cultura teológica enseñaba y cómo se vivía de forma distinta.

Fueron sus hermanos los que le pidieron a San Antonio que pusiese en marcha el estudio de la teología y que enseñara. Teólogo por encargo de sus compañeros

Estos hermanos, viviendo en contacto con las almas, estaban alarmados y disgustados por la situación de inferioridad de la joven Orden franciscana, llamada por un creciente grupo de fieles a cubrir, junto con los dominicos, los grandes vacíos dejados por el clero diocesano en la guía pastoral y en la catequesis.

La iniciativa imitaba a la misma institución, aprobada por la Orden gemela de los Predicadores, los cuales habían abierto en Boloña un estudio teológico desde 1219, cuando todavía vivía Santo Domingo.

Una lección de San Antonio

¿Cómo eran las lecciones del teólogo Antonio?

El estilo se basaba enSegún el método de la época, usado también por el Santo, en sus explicaciones prevalecía elsentido alegórico. También es constante la referencia a la Biblia.

- la claridad de los conceptos,
- la esencialidad de expresión que huía de inútiles redundancias,
- la preocupación de ser persuasivo y práctico, el cuidado de implicar por completo a la persona (además de la razón, también el sentimiento y la imaginación)
- la traducción de los dictámenes en lo vivido cada día. Doctor de la Iglesia

Entre sus contemporáneos y en las generaciones inmediatamente sucesivas, el Santo fue considerado un maestro de sabiduría cristiana, biblista incomparable, autor de obras ilustres.

Un historiador dice que San Antonio poseía un talento tan eminente que podía usar la memoria en lugar de los libros, y que sabía expresarse con una gran abundancia de lenguaje místico [...]. La profundidad insospechada de su hablar hacía que creciera el asombro de la gente que lo escuchaba (Assidua). Toda la curia romana tuvo la oportunidad de escucharlo y el mismísimo Gregorio IX lo llamó Arca del Testamento.

Fue en ocasión del VII centenario de la muerte del Santo, 1931, cuando se inició en la Congregación de los Ritos, en Roma, la investigación y discusión sobre el doctorado de San Antonio, en los siguientes términos:

“Se trata de confirmar el culto de Doctor tributado durante siglos a San Antonio de Padua y se trata de extenderlo a la Iglesia universal…”.

Tocó al papa Pío XII el honor de concluir afirmativamente el proceso histórico-jurídico, cosa que cumplió el 16 de enero de 1946 con el Breve Apostólico Exsulta, Lusitania felix: San Antonio es Doctor de la Iglesia con el título de “doctor evangelicus ”.No debe parecernos raro el retraso, algo más de siete siglos, sufrido por San Antonio antes de acceder al culto de Doctor. De hecho, el reconocimiento apostólico no era otra cosa que la confirmación de una praxis consolidada en la Iglesia desde los años inmediatos a la muerte del Santo.

La misión en Francia

Quien de verdad hizo que las personas abrazaran otra vez la vieja fe, fue el testimonio multiforme y la palabra persuasiva de los cistercienses, dominicos, franciscanos, que dieron lo mejor de sí en esta obra de reconciliación con la verdad en la caridad. Entre ellos, eminente, la figura de nuestro Santo.Una tierra que quema, un pueblo en la tormenta. Así se encontraba la zona meridional de Francia en los tiempos de San Antonio. La causa de tanta inquietud se debe atribuir a las luchas políticas y sociales entre católicos ortodoxos y a la secta de los albigenses arraigada en esta región desde hacía años. El Papado, aliado con el poder temporal en el que había visto la ventaja económica, combatió la herejía. Pero de nada valieron las persecuciones, la guerra duró 20 años.

Donde llevar a cabo la batalla. No se tienen ni muchas ni ciertas noticias del periodo francés de Antonio. Hay, sin embargo, un término fijo, el año 1226.
Antonio fundó el convento franciscano de Limoges. Los antonianos anticipan al final de 1224 su paso de Italia al sur de Francia.

Proveniente de Boloña, Antonio pasó por Provenza, por Languedoc, por Limoges, por Berry.

Antonio encontró una región atormentada por la herejía albigense, martirizada por la cruzada, que se convirtió pronto en un juego de poder.

Hasta enero de 1217, el papa Honorio III había exhortado a los profesores de teología de París a dirigirse en medio de los albigenses. Antonio fue enviado, probablemente con un grupo de menores, como refuerzo cualificado, y esto por sugerencia de la dirección central de la Orden, sensibilizada por el problema de los frailes residentes ya en aquella zona, como por las presiones de la curia papal.

TEncontramos a Antonio que enseña teología y predica en Montpellier, importante centro universitario y punto fuerte de la ortodoxia católica, donde dominicos y franciscanos recibían adecuada formación pastoral-intelectual con la finalidad de predicar contra los herejes esparcidos en los territorios cercanosi.Arles: San Francisco aparece mientras Antonio predica

El hecho es cierto, pero la fecha no está clara. El historiador Tomás de Celano, recuerda a Juan de Florencia, elegido por Francisco ministro de los menores de Provenza, que celebró una asamblea capitular, o en la segunda mitad de 1224, o en la primera mitad del año siguiente, durante la cual Antonio hizo un intenso sermón sobre la Pasión de Cristo. Mientras él hablaba, fray Monaldo, vio en la puerta de la sala donde estaban todos reunidos “al beato Francisco suspendido en el aire con las manos abiertas en forma de cruz, en acción de bendecir a sus frailes”. San Antonio hizo su sermón sobre el misterio de la Crucifixión de Cristo, especialmente sobre la inscripción Jesús de Nazaret Rey de los Judíos (Jn 19.19).

Es muy probable que el Santo, siempre atento al esquema litúrgico, se haya inspirado, para elegir el argumento de su sermón, en el momento litúrgico. Por lo tanto, es obvio hipotizar que el capítulo de Arles se haya reunido en un día señalado por el misterio de la cruz: el viernes santo, 28 de marzo de 1225, el descubrimiento de la cruz (Inventio crucis), el 2 de mayo del mismo año; pero también se puede pensar (y sería sugestivo y más que gratuito) a la Exaltación de la Cruz del 24 y por lo tanto cuando los estigmas ya habían sido grabados en las carnes de San Francisco.

Antonio en Toulouse y en Limoges

Toulouse, está en el actual departamento de la Haute-Garonne. Sus orígenes son muy antiguos. El Apostolado itinerante de Antonio no podía no hacerse eco de un mercado de ideologías como Toulouse. Es más que probable que en esta roca fuerte del neomaniqueismo, el Taumaturgo haya enseñado teología a los frailes. Antonio hacia 1226 se trasladó más al norte, cerca de Limoges.

En la iglesia de St. Pierre-du-Queyroix Antonio hizo un sermón, que se hizo importante por una bilocación que nos testimonió fray Juan Rigaldi. A la diócesis de Limoges pertenece la Abadía de Solignac, en Briance. En este monasterio también se alojó el Taumaturgo, haciendo un prodigio en favor del monje que le hizo de enfermero. Limoges queda en la historia del Santo como uno de los centros más significativos. Le dio el encargo de guardián (superior) de los franciscanos de la ciudad y de los alrededores. Estamos seguros de que el Santo fue guardián de la ciudad de Limoges y de su territorio, ya que el testimonio escrito dista sólo unos setenta años de los acontecimientos.

Y siempre en Limoges es donde tuvo lugar otro hecho especial. En la iglesia de St. Pierre-du-Queyroix, hacia la medianoche del jueves santo, después de los oficios de la mañana, tuvo lugar el sermón durante el cual el Santo fue entre sus frailes para cantar la lectio litúrgica que le tocaba a él. Una crónica del monasterio de San Marcial de Limoges nos dice que Antonio pronunció su primer discurso en el cementerio de San Pablo, iniciando por el salmo 29,6. Hizo un segundo sermón en el monasterio de San Martín, hablando del salmo 54,7: ¿Quién me dará alas como a las palomas, para volar y encontrar reposo?

 

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